martes, 5 de junio de 2012

El secreto de todas las recetas



Hacía rato que L no venía al taller, así que aprovechando el fin de semana largo, fui de visita a su casa.

L no estaba, había salido con su papá y sus hermanos en busca de unas cabras fugitivas. Pero estaba la mamá, cocinando pan en el horno de barro. Ella me contó que a veces se les hace muy difícil mandar a L y a sus hermanos a la escuela (y en consecuencia, al taller) sobre todo ahora que viene el frío. Charlamos un rato, ella estaba muy agradecida por mi visita (les llevé unos cuentos para los papás y para los chicos, ya que todos disfrutan mucho de la lectura). La mamá no sabía qué ofrecerme, no tenían ni yerba para el mate.

Mientras conversábamos, ella seguía haciendo sus tareas. En un momento comenzó a disponer en una bandeja una polenta calentita. Le pasaba un cuchillo de madera, alisándola, acariciándola suavemente, una y otra vez, mientras me contaba cosas de los chicos, de su vida. “Hoy es el cumpleaños del R” me dijo.

Ni bien terminó de acomodar la polenta, fue hasta un cantero y cortó unos gajos de orégano. “Llévese unas semillas de este, que es del bueno, me lo traje de Pocho”, me dijo colocando en mis manos unas flores secas.

Luego siguió un acto de amor delicado y de una belleza que me conmueve cada vez que la imagen vuelve a mí.

La mujer comenzó a deshojar, con sumo cuidado, las ramitas del orégano. Hoja a hoja fue colocando sobre el amarillo del maíz, perfectamente llano en la fuente, mientras formaba dibujos de flores. “Si hay pobreza, que no se note”, me dijo en un momento.

Así vistió de amor el maíz, para alimentar a su familia.

Nunca voy a olvidar el secreto de todas las recetas que esa mujer me enseñó esa tarde, con tanta humildad y corazón.